En el transcurso de ésta, el célebre condestable de Castilla se topó con un pobre hambriento que en el lugar de sus ojos presentaba dos horribles cicatrices que desfiguraban por completo el rostro. Totalmente impresionado, Don Álvaro le preguntó acerca del origen de las heridas. El mendigo le respondió lo siguiente: “Tres años he estado criando yo a un cuervo que había recogido pequeñito en el monte; y le traté con mucho cariño; poco a poco fue haciéndose grande, grande…
Un día que le daba de comer saltó a mis ojos; y por muy pronto que me quise defender fue inútil: quedé ciego”.
Don Álvaro socorrió a aquel desdichado, y con amarga ironía dijo a sus nobles compañeros de caza: “Criad cuervos para que luego os saquen los ojos”.
Desde entonces, esta frase se aplica para indicar la ingratitud de aquellas personas que, debiendo grandes favores, los olvidan o los pagan con acciones injustas o palabras molestas.

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